Humanistas Sin Complejos

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Mi viaje cultural #2

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Feb 6
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Pensé que me había matado. El martes cuando tomaba el tren de regreso a Madrid me ocurrió algo muy preocupante. Al subir al tren, no calculé bien el espacio entre el tren y el andén. Mi error de cálculo o mi falta de atención provocaron que metiera el pie donde no debía. Fue como si se abriera una compuerta bajo mis pies. Me fui directamente hacia abajo con una maleta en la mano derecha y un par de raquetas y un neopreno en la izquierda.

La escena era para verla y hubo unos cuantos afortunados que se llevaron uno de los mejores vídeos de primera del mes. Me levanté inmediatamente sin ayuda tirando del poco orgullo que me quedaba. Me puse en pie, confirmé mi condición de idiota, y negué haberme hecho daño. Intenté no cruzar mirada con las tres personas que se acercaron hasta el lugar del crimen tratando socorrerme, pero no pude evitar ver como una mujer luchaba por contener su risa. Me moría de condescendencia mientras no sabía cómo salir de ese enorme ridículo.

Cuando ya me quedé solo con mi vergüenza, pude valorar con mayor fiabilidad cuál era el parte de daños. Una rodilla golpeada, otra rasgada, un codo lastimado y un tobillo que se empeñaba en manifestar que esa también era su fiesta.

En ese momento, dudé de si debía bajarme del tren y ponerme a llorar en el andén como si estuviera despidiendo al amor de mi vida, pero tras unas nuevas pruebas de última hora, unos ejercicios de movilidad, como si de un borracho se tratara, decidí seguir mi camino y que la rueda de la fortuna dijera la suya.

Entré al vagón con cajas destempladas y me limité a no pensar en lo que había sucedido hacia unos minutos. Prefería no darle demasiadas vueltas a lo que me podría haber pasado si llego a tener un poco más de mala suerte. Me vi dando gracias al duende del destino. Ver para creer.

Mi paz mental se vio alterada con la protocolaria llamada de mi querida madre. Rápidamente, vi que esa era la oportunidad para compartir con alguien de confianza lo que me acababa de ocurrir. Vi una escapatoria a mi ridiculez y confesé a mi madre todos mis pecados. Me ayudó a redimirme, pero no encontré el alivio que anhelaba porque a mi ya triste situación, se añadió la preocupación de mi madre por dos razones lógicas: tener un hijo idiota y por mi condición física. Solo con la segunda tuve argumentos para tranquilizarla.

El viaje transcurrió con normalidad, nadie quería más sobresaltos, y tuve la suerte de poder disfrutar de la comodidad de dos asientos para estirar mis piernas como si de espárragos se trataran.

Durante el viaje maté el tiempo mirando una de las películas que después comentaré. También leí un rato el libro del primer podcast de febrero. Todo en orden. Todo en su sitio.

Cuando llegué a Madrid procuré hacer las cosas de forma diferente. Así, me esperé a que todo el mundo abandonará el vagón. Quería que mi salida mejorara la anterior. Con lo primero me aseguraba no tener testigos cerca que pudieran ver una nueva tragedia. Afortunadamente, mejoré lo precedente y caminé por el andén como si de Napoleón se tratara. Ya solo tenía en mente recuperar la poca dignidad que me quedaba, pero ya nadie me miraba.

Mi primera captura de la semana fue la película que vi en el tren de regreso a Madrid. Confieso que me ayudo a sobrellevar el dolor que sentía por dentro porque pensé que todo podría ser peor. Lo que ayuda agarrar un poco de perspectiva con estas cosas. La película, “Atrapado en el tiempo”, estaba en mi lista porque creía que tenía algo que ver con el tema del podcast de febrero. Aproveché la oportunidad y apunté una pregunta que después pude plantear a Josefa Ros.

La película, para los que no la hayáis visto nunca, popularizó la expresión #ElDiaDeLaMarmota y está protagonizada por un inefable Bill Murray. #ElDiaDeLaMarmota se celebra el dos de febrero de cada año. Como veis, maté dos pájaros de un tiro sin saberlo. La pregunta que anoté y que luego planteé a Josefa, autora de “La enfermedad del aburrimiento” fue «¿Qué harías si estuvieras en un lugar, cada día fuera igual y nada importara?».

Esa es la realidad del protagonista, y tal, vez, solo tal vez, la realidad de nuestras vidas. Para los más curiosos, si queréis conocer la respuesta de Josefa, tendréis que esperar al 17 de febrero cuando se publicará el podcast con ella. Paciencia.

La segunda captura no es muy novedosa porque repite lo que ya comenté la semana pasada. Estuve terminando los dos libros que tenía pendiente y que me tenían preso.

Primero, el de Josefa, que ya he comentado más arriba. Lo recomiendo fervientemente porque deja reflexiones como: «Hace cien años, el aburrimiento costaba más víctimas que el odio. Probablemente, también estuvo en parte detrás del genocidio nazi. El propio Hitler había sido diagnosticado por su médico como una persona con gran propensión al aburrimiento».

Segundo, el de Dostoievski, que no me ha podido gustar más, aunque reconozco que su lectura no es fácil, no por atesorar una complejidad antes desconocida, sino que la escritura demanda atención plena y de eso, últimamente, vamos escasos. No sé si os pasa lo mismo. Con “Crimen y castigo” me sentí como el protagonista , que comete un acto atroz, no porque yo cometiera tal infortunio, sino por lo que se dice a sí mismo: “Habría deseado dormir profundamente, olvidarlo todo, despertar y comenzar una nueva vida”. Eso fue lo que sentía al subirme a aquel tren una mañana de invierno. No hay más preguntas.

Mi tercera y cuarta capturas son más películas. Con la primera tuve la deferencia de ir al cine un día del espectador. La sala esta abarrotada, cosa que se aplaude, pero si el martes lidié con el daño físico, el miércoles tuve que sacar cátedra de fusilamiento mental gracias a unos compañeros de sala que decidieron tomarse la ley de las salas de cine por su mano.

La película que me acompañó durante mi tortura y que evitó que yo cayera en la más absoluta desesperación fue “The Whale. La ballena”, protagonizada por Brendan Fraser, que no veía desde la “Momia” o “Viaje al centro de la tierra”. A ver, el hombre está cambiado y se marca un papelón considerable con esa voz, que como dijo Boyero, retiene a cualquiera.

La otra película que vi desde la comodidad de mi casa, sin chimenea ilustrada, fue “El misterioso asesinato en Manhattan” de Woody Allen. Estoy en la tarea de volver a ver algunas películas que son traicionadas por mi pésima memoria tratando de recuperar los detalles. La tenéis en Filmin y tiene una banda sonora que gustará a los amantes del jazz. Divierte, entretiene, tiene unos diálogos cojonudos, visitas NY y tiene escenas dignas de un genio. Me recuerda a la serie que estrenó hace un par de años Disney, “Only murders in the building”, solo que la de Allen es del 93. Vosotros escogéis.

Por último, mi última captura es una obra de Goya. No soy muy original teniendo en cuenta la época del año en la que estamos. El frío no me dejó opción. Me fui al Prado y me puse delante del “La nevada o el invierno”. Estuve un buen rato tomando nota de lo que tenía delante. Si os interesa saber qué es lo que escribí lo puedo compartir en otro viaje.

La nevada o El Invierno - Colección - Museo Nacional del Prado

La semana pasada recibí algunos comentarios de personas interesadas en este boletín que no me ayudan a escribir estas idioteces, pero que sí que favorecen que me vaya a la cama más tranquilo. Seguiré tocando a vuestra puerta el próximo lunes y mientras tanto intentaré no usar ningún medio de transporte e ir al cine un día cualquiera.

Como siempre, podéis contactar conmigo por twitter o por email con humanistasincomplejos@gmail.com

La portada de esta publicación tiene autoría personal. El cruel invierno en Madrid. Febrero de 2023.

Me escabullo.

Alexis Piquer

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