Humanistas Sin Complejos

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Mi viaje cultural #3

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Feb 13
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Ayer, mientras disfrutaba de una comida con amigos, tuvimos una conversación sobre la naturaleza humana. Hablamos de cómo nuestros pensamientos pueden ser más perturbadores de lo que realmente acabamos confesando o haciendo, y llegamos a la conclusión de que en muchos casos, somos más bien lo que reprimimos que lo que pensamos.

Nuestra conversación se desató cuando comentábamos las películas de Carlos Vermut, "Magical Girl" y "Mantícora". Se podría decir, de forma muy simplificada, que ambas películas tratan sobre personajes que se ven tentados por oscuros y perturbadores deseos, pero que deciden reprimirlos en buena medida.

La conversación, o más bien, los vermuts que llevábamos en el cuerpo, nos llevaron a compartir nuestros propios trastornos, entre los que se incluían algunos pensamientos que nunca hemos llevado a cabo. Coincidíamos en que, en algún momento, todos hemos tenido pensamientos que van más allá de lo realmente realizable.

Más tarde, cuando regresaba a mi casa habiendo añadido una copa a los vermuts mencionados anteriormente, pensé que tendríamos que haber hablado de la película “La naranja mecánica” dirigida por Kubrick. Claro, esta película viene a ser un buen ejemplo de lo que comentábamos en la comida, pero con un desenlace muy diferente a lo que nosotros confesamos hacer con nuestras vidas. Mientras, Alex, el protagonista de la película, es un valiente por dejarse llevar por sus tentaciones más oscuras y violentas, nosotros somos unos reprimidos confesos.

No estoy muy bien informado sobre el tema, pero imagino que todos esos pensamientos que reprimimos son una parte importante de nuestra identidad. Y que después tenemos toda esa parte de la moral humanizante que nos dice lo que es bueno y lo que es malo para que acabemos de rizar el rizo más de lo que ya lo tenemos rizado.

Bien, yo lo que quería era compartir con vosotros lo que ha sido mi semana cultural que supongo que es lo que os interesa más allá de una simple anécdota de lo que viene siendo mi vida personal. Así pues, las capturas culturales destacadas son (le podéis poner entonación de entrega de premios):

Una vida de repuesto. El cine de José Luis Garci, de Andrés Moret. El libro trata sobre Garci, la persona, el personaje y el artista. Un combo explosivo que no puede defraudar a nadie. Es un libro escrito en primera persona, pero en primera persona de otras personas. Creo que es la primera y única biografía de Garci y vale mucho la pena. Ayer me encontré con Andrés, su autor, por Madrid y me comentaba que el libro ha sido un éxito de ventas y que están recibiendo muy buena crítica. El jueves terminaré de hablar con él sobre todo lo que se trata en el libro. Yo os sugiero que nos os perdáis el próximo podcast. Solo es una sugerencia. Allá vosotros…

De todas las películas de Garci que he visto estos días me quedo con un par de ellas de su primera trilogía. La primera, “Solos en la madrugada” con José Sacristán de protagonista. Y, la segunda, con Alfredo Landa es “Las verdes praderas”. De esta última, hay una conversación final entre Landa y María Casanova que no tiene desperdicio y que voy a transcribir para vosotros. Landa, o Jose en la película, empieza con lo que sigue.

Llevo cuarenta y dos años pensando que lo que vivía no era importante porque era como... como provisional; como si estuviera esperando destino. Yo creía que iba hacia una vida maravillosa, y mientras estaba en la cola esperando, pues trabaja y estudiaba como un negro, porque tenía que ser así, porque más adelante iba a llegar mi vida, mi verdadera vida. ¿Y sabes qué pasa? Pues que ya ha llegado.

Casanova o Conchi, muy hábil y perspicaz le responde.

Y va y no te gusta.

Y Landa prosigue.

Y va y no te gusta. ¿Qué me espera? ¡Ocupar el puesto de don Enrique! Para él, para toda la vida. ¿Casar a los niños? Tampoco, porque para entonces no se va a casar nadie. Total, tú y yo solos, vegetando todos los fines de semana en esa mierdas de chalé, todos los puentes, todas las vacaciones de Semana Santa; arreglando la calefacción, cortando el césped, limpiando la piscina…

Conchi se sorprende y pregunta.

¿Qué piscina?

Y, la respuesta de Jose.

Pues la que terminaremos poniendo. Y un día te mueres, y se te queda esa carita de gilipollas, y en el último momento te dices ¡vamos, vamos, vamos! Porque es que te han llevado al huerto toda la vida, y nunca has hecho lo que tú querías. Estudia, trabaja, échate novia, cásate, cómprate un piso, un chalé, un coche. Y trabaja como un burro para pagar las letras, los colegios de los niños, el friegaplatos, la cortadora de césped. Y te das cuenta de que has vivido para SEAT, para Phillips, para Banús, para Zanussi, para El Corte Inglés, para La Confianza y su puta madre.

Más allá de la filmografía de Garci esta semana he vuelto a mirar dos películas de las que conservaba detalles confusos. La primera que vi fue “Testigo de cargo” dirigida por Billy Wilder y con un mensaje final que dice

El propietario de los derechos de esta película recomienda que para una mayor diversión por parte de sus amigos que aún no vieron la película, se abstenga de revelar el secreto del final de Testigo de cargo.

La otra película fue la que hasta hace muy poco ocupada el puesto número uno en el listado de las mejores películas de la historia de la revista Sight & Sound: Vértigo, dirigida por Alfred Hitchcock y en la que aparece una elegante y enigmática Kim Novak que hoy creo que cumple 90 años. Poco que decir sobre estas dos películas que tienen ya mucho recorrido.

Más allá del cine de Garci y de un par de apuntes cinematográficos, el sábado fui al Prado y me acerqué a la exposición de Zobel. El futuro del pasado. Creo que es prescindible, aunque rescaté alguna que otra cosa interesante. Por ejemplo, me quedé con la siguiente reflexión del artista:

Y, vosotros, ¿cuál pensáis que es ese momento? Os leo en los mensajes que siempre me enviáis.

En el Prado, que ejercí de buen anfitrión, me fijé de nuevo en otra de las obras de Goya que más me gustan. La gallina ciega. Francisco de Goya. 1788. Entonces, yo escribía cosas incompletas (porque no quiero revelarlo todo a menos que me presionéis) como estas:

Llego a la sala 94 completamente vacía. Toda para mí. Y me siento frente al cuadro que andaba buscando. Es un cuadro alegre de Goya. Este señor tenía un don con las emociones. Era capaz de expresar cualquier emoción y trasladarla a la persona que contempla. Y era un poco loco, o así me lo imagino yo, porque es capaz de transmitir alegría como tristeza con la misma claridad. Y con este cuadro solo se transmite alegría. Es la alegría típica de cuando uno está jugando con los amigos. Los rostros están un poco caricaturizados por lo que las miradas no son del todo humanas. No hay ningún rostro con una emoción fuerte. La alegría se transmite de la escena y de lo que se proyecta en nuestra mente. Los colores, el paisaje, la lozanía de los personajes… todo ayuda para transmitir el buen rollo, la frescura y el jolgorio. 

Y con eso se acaba otro viaje cultural semanal lleno de errores e infortunios. Espero que hayáis aprendido tanto como yo, aunque probablemente no. Ojalá que haya sido un viaje entretenido y que tengáis algo que contar en la próxima reunión con amigos que de eso también se trata en la vida de los que realmente no sabemos nada de nada.

Hasta la próxima semana donde nos volveremos a quitar las caretas de la intelectualidad.

Alexis Piquer.

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