Humanistas Sin Complejos

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Mi viaje cultural #6

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Una newsletter para no intelectuales

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Mar 6
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El otro día escuchaba “La Ventana del Cine, con Carlos Boyero”, algo que suelo hacer bastante a menudo, donde recordaban que el 1 de marzo se celebra en diversos países el “Día Mundial del Cumplido”. Tras atender a esa efeméride hice lo que todo hijo de vecino suele hacer en estos casos. Sí, busqué algo de información en Google sobre el señalado día. Inesperadamente me encontré con muy poca información al respecto, pero para no dejaros con las manos vacías hubo dos cosas que me sorprendieron:

  1. Que no existe un "Día Mundial del Cumplido" oficial reconocido por las Naciones Unidas o por cualquier otro organismo internacional.

  2. Que este día fue creado en 2003 por un profesor holandés llamado Hans Poortvliet, quien quería promover la cultura del cumplido y la apreciación positiva en su país.

Me dejó perplejo que cualquiera pueda crear un día mundial de algo. Me levanto cada día rompiéndome los sesos sobre cómo puedo hacer algo que valga la pena, y mira tú por dónde, que si me lo propongo puedo llegar a establecer un nuevo orden mundial.

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Por otro lado, la buena noticia es que el profesor holandés que creó el “Día Mundial del Cumplido” ya no vive en Holanda, sino que cambió su residencia a España. Estamos de suerte y podemos congratularnos por estar atrayendo talento extranjero.

Mi investigación no se terminó con un par de datos irrelevantes. Dada mi irremediable habilidad para perderme en mis pensamientos me puse a reflexionar sobre distintas palabras con significados aparentemente parecidos, pero que revisten detalles que las hacen universos paralelos. En mi ensimismamiento me puse a buscar el significado de los siguientes vocablos: cumplido, elogio, piropo y lisonja, pero podría haber seguido con unos cuantos más.

Sobre la primera, cumplido, me sorprendió que la quinta acepción fuera la relativa al tema que nos ocupa. La RAE la define de forma muy decorosa diciendo que es una «Acción obsequiosa o muestra de urbanidad». Muestra de urbanidad.

Con el elogio todo me resultó mucho más familiar. El significado se prevé como una «Alabanza de las cualidades y méritos de alguien o de algo». No añade nada respecto al impacto que tiene sobre la persona que recibe el elogio, cuando está bastante de moda decir que el elogio debilita. Habría que verlo.

El piropo, que es la que nos suena más vulgar, tiene una definición que nos conduce a la última, la lisonja. Para el piropo, la RAE lo considera como un «Dicho breve con que se pondera alguna cualidad de alguien, especialmente la belleza de una mujer».

Por último, la lisonja, que es una palabra que me recuerda (ahí la aprendí) al libro Crimen y Castigo de Dostoyevski. Según la RAE, la lisonja, es una «Alabanza afectada para ganar la voluntad de alguien». No obstante, en Crimen y Castigo se habla de tal término de la siguiente manera. A ver qué os parece, pero creo que no dejará indiferente a nadie:

Empezaron nuestras relaciones, nuestras conversaciones se cretas, los sermones, las lecciones de moral, los ruegos, las súplicas, incluso las lágrimas... ¡ créalo usted, hasta lágrimas! ¡ Ya ve hasta dónde llega en ciertas jóvenes la pasión por la propaganda! Naturalmente, yo echaba la culpa al destino, hacía ver que estaba sediento y ávido de luz y, por fin, puse en juego un recurso grandioso e infalible para cautivar el corazón de una mujer, un recurso que no falla nunca, que influye de manera decisiva en todas las mujeres sin excepción. Se trata de un recurso conocido: la lisonja. Nada hay en el mundo tan difícil como decir francamente lo que se siente; nada tan fácil como la lisonja.

Si en la sinceridad entra, aunque sólo sea la centésima parte de una nota falsa, se produce en seguida una disonancia y a ella sigue un escándalo. En cambio, la lisonja resulta agradable y se escucha con complacencia, aunque sea falsa hasta la última nota; se escuchará, si quiere usted, con burda complacencia, pero, al fin y al cabo, con complacencia. Por burda que sea la lisonja, por lo menos la mitad parece legítima. Y ello es así para las personas de todas las capas sociales, independientemente de su desarrollo. Incluso a una vestal cabe seducir por la lisonja.

Nada digamos de las personas ordinarias. No puedo recordar sin reírme cómo seduje a una mujer fiel a su marido, a sus hijos y a sus virtudes. ¡Qué divertido era y qué poco trabajo me costó! Y la señora era realmente virtuosa, por lo menos a su modo. Mi táctica consistía en mostrarme constantemente abrumado por su castidad y declararme vencido por ella. La halagaba de manera escandalosa y, no bien obtenía un apretón de mano o una mirada, comenzaba a hacerme reproches diciendo que se lo había arrancado a la fuerza, que ella se resistía, y de tal modo, que con toda seguridad nunca habría obtenido yo nada de no ser tan depravado, que ella, inocente, no se ponía en guardia contra mi perfidia, se dejaba influir involuntariamente, sin darse cuenta de ello, sin saberlo, etc.

En una palabra, lo logré todo, y mi señora se quedó en alto grado convencida de que era inocente y casta, de que cumplía sus deberes y obligaciones, y de que había caído por' pura casualidad. Y no sabe usted cómo se enojó cuando al fin le dije que, según mi más sincera convicción, buscaba el placer exactamente lo mismo que yo. La pobre Marfa Petrovna era también terriblemente sensible a la lisonja y, si yo hubiera querido, le habría hecho poner, aún en vida, sus fincas a nombre mío.

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La semana pasada continué con mi viaje cultural a base de acumular ‘capturas’ de casi todo de lo que voy haciendo. Os pido que si no os gusta mostréis cierta muestra de urbanidad con lo que viene a continuación. Se aceptan lisonjas también.

La primera ‘captura’ es sobre uno de los libros que estuve leyendo, “Una breve historia del derecho europeo. Los últimos 2500 años” de Tamar Herzog. Esta profesora de Harvard, con la que hablé el pasado jueves, nos explica como nuestro derecho deriva del derecho romano. El libro traza un recorrido por la historia y nos explica cómo han ido evolucionando los sistemas jurídicos hasta alcanzar nuestros días. Más allá de todo lo que contiene, lo que me llamó más la atención fue el capítulo donde habla sobre la aparición del cristianismo. Realmente puso de patas arriba todo el mundo antiguo. Ello, me condujo a pensar sobre la influencia recíproca que tuvieron el cristianismo y el imperio romano. Ambas realidades, entidades, se nutrieron y acabaron por devorarse, aunque no sabría decir quién resultó vencedor. La realidad parece decantarse por el cristianismo, pero las apariencias, a veces, son engañosas. En este sentido os dejo un fragmento del libro que ‘capturé’ para compartirlo en este viaje y que puede arrojar un poco de luz a lo que estoy diciendo:

Criticando esta situación mil años más tarde, en 1651, Thomas Hobbes señaló que «el papado no es otra cosa que el fantasma del difunto Imperio romano, sentado y coronado sobre su tumba desde entonces». En cuanto a los historiadores, se han preguntado a menudo si el imperio fue devorado por la Iglesia, o la Iglesia por el imperio. La mayoría coincide, no obstante, en que el cristianismo transformó Roma y que la sociedad romana transformó al cristianismo, y que, en el proceso, el derecho adquirió un carácter nuevo.

De momento, sigo con el libro de Irene Dische, “Tristes acordes de un alegre vals” del que os hablé en el viaje número 5. Ya os compartí la portada con el retrato del Dr. Haustein, pero en este boletín quiero plantearos un ejercicio que se le encarga al protagonista de esta historia cuando acude a las visitas con su psiquiatra. Esta le plantea la siguiente pregunta: ¿Podéis encontrar un incidente en vuestro pasado en el cual os sintierais humanos?

Durante la conversación con Tamar Herzog descubrí mi tercera captura de la semana. Cuando escuchéis el podcast que saldrá publicado este viernes, veréis que al final habla sobre una película de Carlos Saura, “Cría cuervos”. Es una película poderosa, de nuevo, como en “La pasión de Juana de Arco”, protagonizada por una actriz que esta inconmensurable. La mirada de Ana Torrent, con 9 años, es perturbadora e incómoda hasta hacerte sangrar por dentro.

De esta película quiero rescatar una ‘captura’ que habla sobre la infancia. El personaje de Ana, ya de mayor, protagonizado por Geraldine Chaplin, nos ofrece un monólogo en el que reflexiona sobre su pasado:

No entiendo cómo hay personas que dicen que la infancia es la época más feliz de su vida. En todo caso para mí no lo fue, y quizás por eso no creo en el paraíso infantil, ni en la infancia ni en la bondad natural de los niños. Yo recuerdo mi infancia como un período largo, interminable, triste, donde el miedo lo llenaba todo. Miedo a lo desconocido. Hay cosas que no puedo olvidar. Parece mentira que haya recuerdos que tengan tanta, tanta fuerza, tanta fuerza.

Por último, esta semana quiero compartir una fotografía que publiqué el otro día y a la que dediqué unas palabras.

Entonces, decía:

Cuentan que nada es imposible. Que no tenemos que decir que tal cosa nunca pasará, por más remota que nos parezca. Pero cuando sucumbimos frente a ese tipo de pensamientos empezamos a entrar en el terreno de las ilusiones, tal vez, el mejor y el peor terreno que han sembrado los dioses. Es en ese instante cuando reconocemos con total precisión lo que nos hace estar vivos y podemos mirar de frente a todo lo que se supone que se viste de felicidad. Por las calles de Madrid hay un tipo que cada mañana sale a pasearse cargado de globos, hinchables o ilusiones, esperando que un alma triste, en pena, tal vez dos, penetren en el terreno donde todo es posible, donde cualquier cosa puede tener lugar.

¡Eso es todo por esta semana! Espero que hayáis disfrutado de mis capturas culturales tanto como yo disfruté compartiéndolas con vosotros. Si os gusta lo que leéis, os pido que me ayudéis a compartir esta newsletter con más personas para que se sumen al viaje. Y como siempre, si tenéis alguna sugerencia o comentario, no dudéis en escribirme.

¡Nos vemos la próxima semana!

Alexis Piquer

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