Mi viaje cultural #7
Una newsletter para no intelectuales
Mi viaje continua con todo y nada al mismo tiempo. Me veo como con esas películas en las que un tren sale de la estación al empezar la historia y termina, nunca se sabe exactamente cómo, en otra estación que parece que fuera la de su destino. Yo sigo haciendo lo mismo que hacia antes con un simple cambio en todo lo que viene a ser mi rutina. Sí, los lunes al sol o no sol, me siento un rato para vaciarme en este boletín que lo llamo “Mi viaje cultural”, pero que bien podría llamarse “En busca de si esto tiene sentido”. Yo sigo adelante porque de vez en cuando recibo algún que otro comentario, que para que negarlo, reconforta. Y puestos a ejercer mi derecho a la sinceridad, también me va bien este ejercicio de hablar conmigo mismo, con vosotros, con quien quiera, porque puede que me esté ahorrando un dinero en el psicólogo.
Ya que estamos metidos de lleno en esta nueva entrega del “viaje cultural”, quiero explicaros que el viernes pasado fui al Prado con una amiga. Me pidió, muy amablemente, si le podía acompañar, y ya de paso, que le hiciera una de mis famosas visitas. Vaya por delante que yo no soy ningún experto, pero el museo me lo conozco bastante bien y algunas de las cosas que están allí dentro también. Sin florituras, pero creo que puedo compartir información que no está mal y alguna que otra historia sobre lo que las conecta. Pues se ve que entre mis amigos había ciertas dudas sobre lo que yo podía llegar a explicar, aportar, saber de todo lo que contiene el Prado. Prácticamente voy cada semana desde que estoy en Madrid. Tendría que ser un insensato para no interesarme mínimamente por lo que uno se encuentra al entrar a ese maravilloso universo. Todo el cariño a mi amiga.
Parece que no lo hice del todo mal y ahora me están reclamando más visitas, más compañía y más explicaciones entre esas cuatro paredes. Cada cosa que empiezo, cada vez que me expongo, con el podcast, este boletín, ahora el Prado, todo me acaba engullendo y me siento como un impostor. Tengo un amigo detective, o investigador, como a él le gusta que le llamen, que me descubriría en un santiamén. No pasaría la prueba del detector de mentiras ni habiendo bebido un par de tragos de algún licor fuerte.
Creo que voy a aceptar todas las peticiones que me llegan y seguiré enseñando las cosas que me gustan y de las que no sé prácticamente nada. Continuaré subido a ese tren de vapor, con aspecto antiguo, o eléctrico, que viaja por un sitio árido, o por un paisaje nevado, que tiene una de esas ventanas que ni se acaban de abrir, pero que tampoco se cierran del todo. Me invito a mí mismo a no decir que no a los planes que presente el viaje aunque yo me sienta un miserable y aunque finalmente tenga que pedir hora con un psicoanalista argentino. No sin antes ir al psiquiatra a que me lo recete y pueda pasarlo por la mutua.
Mientras tanto, yo iré visitando este espacio tan peculiar, en los que todavía somos pocos, para que engañarse, pero que va creciendo paulatinamente, a un ritmo de tortuga rusa que no descarta refugiarse en sus madrigueras favoritas.
Para no alargar la agonía, os comparto algunas de las paradas de esta semana. En cuando a la cosa fílmica, tuve que volver a ver, y no sé cuántas van, a una de mis películas favoritas. “El hombre tranquilo” de John Ford es una de esas películas que me alegran el día, cualquier día, por muy triste o sombrío que sea. La película tiene todo lo que una película tiene que tener y está llena de una nostalgia que rezuma belleza en todos sus rincones. Me gustaría ser John Wayne en “El hombre tranquilo”. No es mía la frase, pero podría firmarla con lo que fuera, hasta por un pacto de sangre. La frase se la escuché una vez a Carlos Boyero. Comenta que “le gustaría ser John Wayne, vivir en un sitio como Innisfree y conocer a una mujer tan peleona como Maureen O'Hara”. ¿Con qué personaje cinematográfico elegiríais reencarnaros?
Otra película que he visto esta semana es Rain Man de Barry Levinson. Es una película que ganó el Oscar a Mejor Película el año 1988. Os podría explicar lo increíble y paradójico de las interpretaciones de la película, como un joven Tom Cruise quiere, pero no puede actuar con cierta naturalidad, o como Dustin Hoffman la vuelve a clavar como ya lo hizo anteriormente en Midnight Cowboy. Pero por terminar con un mensaje optimista, positivo y facilón, creo que "Rain Man" es una película que demuestra que la verdadera riqueza no se encuentra en el dinero, sino en las relaciones humanas y el amor incondicional. Y eso está bien y serviría de lección para muchos.
Mi tercera captura de la semana, y tercera película, es Río rojo de Howard Hawks. Aquí también tenemos a un John Wayne que puede que no resulte tan apetitoso a la imaginación de Boyero, pero que encarna un papel inconmensurable acompañado del estreno, en el cine, de un jovencísimo Montgomery Clift. La película es una oda al cine, a las historias, al oeste, al amor y a la amistad. No la vi por mera casualidad, aunque hacia tiempo que la tenía pendiente en una de esas listas interminables que nunca adelgazan, sino que lo contrario, siempre se empeñan en engordar, el viernes por la noche me pasé por el programa de Garci, Classics, y me miré la introducción de la película por parte de Garci, Rosa Belmonte, Eduardo Torres Dulce y Oti Rodríguez. “Río rojo” no defrauda porque nos habla de la vida, de su vida y de cómo el río fluye como una metáfora de la vida, recordándonos que aunque enfrentemos obstáculos y desafíos en nuestro camino, podemos encontrar la fuerza para seguir adelante y llegar a nuestro destino final. Y que bien vienen este tipo de metáforas cuando uno está inmerso en una lucha contra sus más odiosos fantasmas.
Ya os había comentado en un boletín anterior que estoy leyendo el libro de Irene Dische, “Tristes acordes de un alegre vals”. Pues bien, en el libro encontré está conversación sobre el cotidiano hecho de existir. A ver qué os parece.
Por último, quería compartir algo que conté el otro día en el Prado. Sí, cuando nadie apostaba por mí, yo le explicaba a mi amiga varias curiosidades sobre “Las Meninas” de Diego Velázquez. Por no mencionar los aspectos más generales, una de las cosas que le expliqué fue la lectura astrológica de esa pintura. Se ha sugerido que la posición de los personajes en la pintura corresponde a las posiciones de los planetas en el momento en que se pintó la obra y que forma la constelación de Corona Borealis, cuya estrella central se llama Margarita Coronae, como la infanta que ocupa el centro del cuadro. Esta interpretación deriva de Ángel del Campo y Francés en su obra “La Magia de las Meninas”. Yo esto lo aprendí gracias a Javier Sierra que lo explicó en un programa de Movistar que se llamaba “Otros mundos”.
Ya no tengo fuerzas para seguir escribiendo tras un día arduo de trabajo. O arduo de vida y arte, pero no quiero avanzar episodios del próximo boletín. Lo del lunes ya cuenta para la siguiente entrega. He intentado seguir los railes de este tren que no parará porque nos volveremos a encontrar en el mismo sitio, la misma parada, la próxima semana. El lunes os traeré más capítulos de este viaje, de la historia que no siempre puede resultar interesante, pero que espero que os pellizque un poco y que os sirva de algo. Por mi parte, estoy muy contento porque el miércoles volveré a charlar con Andrés Moret sobre la filmografía de Garci, así que esperaros alguna captura relacionada con el tema en la próxima newsletter.
Este boletín es como un viaje, y cada despedida es el final de una visita. Pero no te preocupes, siempre hay nuevas estaciones, lugares por descubrir y aventuras por vivir.
Hasta la próxima.
Alexis Piquer